viernes, 12 de noviembre de 2010

La obesidad empieza en el útero.


A finales de los años 80 del pasado siglo David Barker, un médico británico profesor de la Universidad de Southampton, sugería que lo que una mujer comiese mientras estaba embarazada influye en la fisiología de su hijo de por vida. Llamó a la idea programación fetal. Esta programación permitiría a un individuo hacer un uso óptimo de los nutrientes disponibles, suponiendo que su propia dieta fuese similar a la de su madre. Pero si no fuese similar, podría haber problemas. Barker aventuró que la programación fetal, en alianza perversa con la expansión de los alimentos ricos en grasas y azúcares de las últimas décadas, podría explicar la epidemia de obesidad, enfermedades coronarias y diabetes sobrevenida que asola muchos países ricos.

Es una hipótesis muy interesante, pero difícil de probar. A pesar de ello, el 29 de octubre Peter Gluckman (Universidad de Auckland; Nueva Zelanda) en el 7º Simposio Internacional Nestlé sobre Nutrición celebrado en Lausanne (Suiza), presentó resultados que la apoyan. El trabajo de campo de Gluckman y Terrence Forrester (Universidad de las Indias Occidentales; Jamaica) se realizó en Jamaica, donde la malnutrición es endémica. Este hecho permite comprobar la teoría de la programación fetal averiguando si aquellas personas que sufrieron la malnutrición mientras estuvieron en el útero responden de forma diferente a los alimentos que aquellos que fueron alimentados de forma apropiada.

Gluckman y Forrester comenzaron su estudio con personas que habían sobrevivido a la malnutrición durante su niñez. La malnutrición conlleva la aparición de dos síndromes (conjuntos de síntomas) fundamentalmente: marasmo y kwashiorkor (existe un tercero, la caquexia, pero es más típica de países ricos). Los niños con marasmo están, simplificando, extremadamente delgados. El abdomen de los niños con kwashiorkor está distentido de una manera que nos resulta familiar de las campañas televisivas de lucha contra el hambre. Una diferencia significativa entre los dos síndromes es que los niños con marasmo tienen el doble de probabilidades de sobrevivir a la malnutrición que los niños con kwashiorkor.

Gluckman y Forrester estudiaron a 240 personas de entre 25 y 40 años que habían sobrevivido a uno u otro de los síndromes cuando eran niños, y encontraron una diferencia sistemática entre ellas. Los supervivientes al marasmo tendían a tener bajo peso al nacer. El grupo que había sobrevivido al kwashiorkor tuvo pesos normales. Un bajo peso al nacer es una indicación de que la madre ha estado malnutrida. Gluckman y Forrester, ante estos datos, formulan la hipótesis de que la capacidad para tener una respuesta a la malnutrición en forma de marasmo, con su tasa de supervivencia más alta, está programada en los fetos por la malnutrición materna. Los fetos de las madres bien nutridas no habrían anticipado el riesgo de malnutrición por lo que no responden tan bien.

Esto sugiere que la programación fetal es un fenómeno real. Pero, ¿puede explicar la obesidad, la diabetes y todo lo demás? Para investigarlo, los dos investigadores ofrecieron a sus voluntarios alimentos que, o bien tenían alto contenido en proteínas y bajo en grasas, o viceversa, pero, y esto es importante, sabían igual, por lo que los sujetos no sabían lo que estaban comiendo.

Los resultados eran claros: aquellos que habían sobrevivido al marasmo comían de forma diferente a los que habían sobrevivido al kwashiorkor. Los cuerpos de los supervivientes al marasmo parecían demandar más proteína en su comida. Cuando se les ofreció una dieta baja en proteínas y alta en grasas, comían más de ella, de tal manera que mantenían constante la cantidad de proteína ingerida, con la contrapartida de que ello estaba acompañado por un exceso de 500 calorías al día sobre una dieta de mantenimiento (2.000 calorías para las mujeres y 2.500 para los hombres). Los supervivientes al kwashiorkor no sobrecomían de esta manera.

Esto, entonces, podría se la clave que nos ayudaría a resolver el rompecabezas. Las dietas del pasado habrían tendido a ser bajas en grasas y azúcares, favoreciendo las proteínas y los carbohidratos complejos como el almidón. El anticipar la escasez sobrecomiendo en tiempos de abundancia no habría sido malo si los tiempos de escasez hubiesen sido un riesgo real. Los cuerpos que esperaban que la comida fuese abundante, por contra, deben racionarse a sí mismos para evitar las consecuencias de la sobrealimentación crónica. Una incapacidad para hacer esto es el precio que pagan los predispuestos al marasmo por su protección contra la hambruna.

Este estudio, por tanto, hace una predicción: conforme la dieta se hace más rica en azúcares y grasas en lugares donde la la malnutrición era común hace poco tiempo, aquellos que sufrieron de marasmo cuando niños tendrán sobrepeso más rápidamente que aquellos que sufrieron kwashiorkor. Si esto resulta ser así sería una prueba de la hipótesis de Barker. Lo que no está claro aún es si los hijos de los occidentales sobrealimentados de hoy experimentarán una programación en el sentido opuesto, viendo sus apetitos restringidos.


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